El ardor o acidez de estómago, también denominado pirosis, se caracteriza por una sensación de quemazón que comienza en la boca del estómago, detrás del esternón y de desplaza por el pecho hasta llegar a la garganta.
Este síntoma normalmente se presenta una hora después de ingerir los alimentos y puede persistir por varias más.
En ocasiones va acompañado de la sensación de que la comida o líquidos regresan a la garganta o boca (regurgitación), especialmente cuando la persona se agacha o se recuesta (se habla entonces de reflujo esofágico).
Estos síntomas, además, suelen estar acompañados por un sabor amargo o ácido que invade la boca.
El ardor de estómago se debe a un mal funcionamiento del esfínter inferior del esófago, el cardias. El cardias es una abertura o anillo muscular que separa el esófago y el estómago. Su función es permitir el paso de la comida del esófago al estómago, y no en sentido contrario.
Cuando el bolo alimentario ha terminado de pasar, esta abertura se cierra rápidamente para evitar que la comida y los jugos gástricos regresen al esófago. Sin embargo, en ocasiones, el cardias se relaja o debilita. Esto facilita el paso del contenido ácido del estómago al esófago, cuyas paredes se irritan e inflaman, lo que se manifiesta con esa sensación tan característica de ardor o quemazón.
Las causas de este malestar pueden ser variadas, desde comidas copiosas o realizadas en poco tiempo, la ingesta de determinados alimentos, situaciones de embarazo, obesidad, uso de determinados fármacos causantes de acidez (determinados analgésicos, antidepresivos, dopamina…), enfermedades orales (caries, gingivitis), laringitis, faringitis, etc., hasta el padecimiento de hernia de hiato, a la que frecuentemente está vinculado, y la llamada enfermedad por reflujo esofágico.
Sin embargo, más allá de sus causas, lo importante es corregir aquellos hábitos o conductas que predisponen a padecer estos trastornos.
El tratamiento, en su conjunto, se puede abordar desde tres puntos de vista: farmacológico, dietético y postural.
En caso de aparición esporádica de ardor de estómago, se puede recurrir a la toma de fármacos como los antiácidos (mejor que el bicarbonato sódico utilizado durante décadas, que puede ocasionar efecto rebote si no tomamos la dosis adecuada) o los inhibidores de la secreción ácida (omeprazol), pero siempre bajo asesoramiento médico.
Conviene tener en cuenta que su efecto es de poca duración y no ayudan a prevenir la acidez, por lo que serían poco útiles en caso de una acidez frecuente o severa. Además, su ingesta continuada podría agravar el problema.
En caso de padecer con cierta frecuencia este trastorno, lo mejor es evitar determinados alimentos y posturas que potencian el ardor. Se ha demostrado que determinados nutrientes de los alimentos (proteínas y grasas, principalmente) pueden modificar la presión sobre el cardias, haciendo que algunos alimentos sean mal tolerados en estos casos.
Las proteínas, por ejemplo, aumentan la presión del cardias, por lo que se aconseja que la dieta sea moderamente rica en las mismas. Por otro lado, las grasas, disminuyen la presión del esfínter, con lo cual éste se relaja, y enlentecen el vaciamiento gástrico. De ahí que, en estos casos, se prescriban dietas bajas en grasa.
En el caso de los hidratos de carbono no modifican la presión del esfínter, por lo que no serán un grupo de alimentos a tener en cuenta desde este punto de vista.
Además, se aconseja llevar a cabo una serie de medidas higiénicas o posturales que alivian esta sintomatología. Se aconseja, por ejemplo: – Evitar recostarse después de las comidas, ya que esta posición favorece la subida de ácidos al esófago.
– No flexionar el tronco frecuentemente, en especial, después de comer.
– Elevar la cabecera de la cama unos 30º para dormir o acostarse.
– No usar prendas de vestir muy ceñidas.
– Suprimir el tabaco.
– Evitar las situaciones de estrés, nerviosismo o ansiedad, que ocasionan un aumento de la acidez.
Aquellas personas que de forma esporádica presentan ardor o acidez de estómago pueden mejorar su calidad de vida siguiendo los consejos acerca de cuáles son las posturas recomendadas y descartando o moderando el consumo de aquellos alimentos que lo favorecen.
Existe una serie de alimentos que es preferible evitar en caso de padecer este tipo de problema. Estos alimentos actúan relajando el cardias o aumentando la secreción de ácido.
En general, como se ha comentado antes, se recomienda una dieta moderamente rica en alimentos proteicos y baja en grasas. Los alimentos muy condimentados deberán eliminarse de la dieta, porque disminuyen, al igual que los alimentos grasos, la presión del esfínter.
Otros alimentos que deberán controlarse son el chocolate, el café y el té (debido a su contenido en xantinas, y en el caso del chocolate, además, por su riqueza en grasas); las bebidas alcohólicas, en especial el vino blanco y el cava.
Se aconseja modificar la dieta con arreglo a las siguientes recomendaciones generales:
– Mantener el peso adecuado, evitando el sobrepeso y la obesidad.
– Masticar y comer despacio, triturando bien los alimentos.
– Repartir la dieta en pequeños volúmenes. Se aconseja realizar de 4 a 5 comidas al día para no estimular excesivamente la secreción de ácidos gástricos.
– La última ingesta deberá hacerse con un mínimo de 2 horas antes de acostarse.
– Tomar una dieta rica en proteínas y pobre en grasas, a base de carnes magras, pescados, productos lácteos desnatados, etc., evitando fritos, rebozados, guisos, embutidos, leche entera, nata, mantequilla y salsas.
– Utilizar técnicas culinarias sencillas, sin adicción de grasa en la medida de lo posible: plancha, grill, horno, hervido, microondas, papillote, vapor…
– Evitar aquellos alimentos que:
· Relajan el cardias o retrasan el vaciamiento gástrico: bebidas alcohólicas y carbonatadas, cebolla, ajo, chocolate, café, té, grasas y quesos fermentados y muy curados.
· Irritan o lesionan la mucosa esofágica: Frutas cítricas y sus zumos, tomate y derivados, café (también el descafeinado), bebidas carbonatadas, algunas especias (pimienta, pimentón, mostaza), alimentos muy calientes o muy fríos, productos integrales o muy ricos en fibras, algunas frutas y hortalizas como el melón, el pepino o el pimiento (según la tolerancia).