El cerebro tiene un reloj circadiano vinculado a la alimentación, además del que regula su funcionamiento fisiológico basado en la luz natural, revelan científicos del Centro Médico Beth Israel Deaconess (BIDMC) de Estados Unidos en un informe publicado por la revista Science.
Según los investigadores, ese «reloj secundario» ayudaría a explicar la forma en que los animales adaptan sus biorritmos para no morir de hambre.
Además, su existencia sugiere que un cambio en las horas de alimentación podría ayudar a los seres humanos a superar los malestares causados por el desplazamiento a través de husos horarios, conocidos como «jet lag».
En el reloj circadiano básico el núcleo supraquiasmático (SCN), un grupo de células en el hipotálamo, recibe señales del ciclo de luz natural y transmite la información a otro grupo del hipotálamo conocido como núcleo dorsomedial (DMH).
Ese último núcleo es el que organiza los ciclos de sueño, de actividad, alimentación y hormonal.
Según Saper, cuando existe el alimento el sistema trabaja perfectamente. La luz natural establece el biorritmo animal de acuerdo al ciclo del día y la noche.
Sin embargo, cuando no hay alimento durante el período normal en que está despierto, el animal tiene que adaptarse al disponible en momentos en que generalmente está dormido.
Según los científicos, ante esa situación de apremio los animales parecen haber desarrollado un reloj circadiano secundario que está vinculado a la alimentación.
«Este nuevo reloj les permite alterar sus programas de sueño para aprovechar al máximo la oportunidad de encontrar alimentos», según señaló Saper.
En experimentos con ratones, los científicos descubrieron que un solo ciclo sin alimentos puede alterar el reloj circadiano básico y adaptarlo al momento en que hay disponibilidad alimentaria.
Eso, según Saper, tiene implicaciones prometedoras para los viajeros y para quienes deben someterse a cambios constantes en sus turnos de trabajo.
El científico indica como ejemplo que quien viaja a Japón desde Estados Unidos tiene que adaptarse rápidamente a una diferencia de 11 husos horarios.
Debido a que el reloj biológico solo puede modificarse de manera gradual cada día, una persona tarda alrededor de una semana en acostumbrarse. Para entonces, es posible que ya sea el momento de regresar.
Pero Saper indicó que con un cambio en el programa de alimentación, el viajero puede modificar su reloj circadiano «secundario» y adaptarse de manera más rápida al nuevo huso horario.
«Un período de ayuno de unas 16 horas puede ser suficiente. En este caso, no comer en el avión y alimentarse en cuanto uno desciende le debería ayudar a ajustar y evitar las incómodas sensaciones del jet lag», señaló
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